“No me da pena vender arepas en la calle porque con mi vocación de maestra no comen mis hijas”
Hace siete meses Geraldine Cambero tuvo que buscar la manera de tener otro ingreso económico, en el estado Zulia. Dice que con el sueldo de maestra no le alcanza para mantener a sus cuatro hijas.
Maracaibo. Hace poco más de 15 años Geraldine Cambero cumplió su sueño de ser maestra, para ella la educación es la mano derecha de una sociedad, por eso se ha dedicado en cuerpo y alma a formar niños en educación preescolar.
Los recuerdos de una vida mejor llegan como destellos cargados de tristeza y rememora: “Antes me alcanzaba el sueldo, recuerdo que con lo primero que me pagaron en el 2008 pude levantar mi casa después de vivir en un ranchito. Ahora no puedo ni comprarle una bolsa de pan a mis hijas”.
Este miércoles Geraldine recibió su pago como todos los 10 y 21 de cada mes. El monto fue de 260 bolívares. La madre de cuatro niñas de 16, 13, 9 y 6 años de edad, confesó: “Ayer, mi hija más pequeña me pidió leche, apenas pude comprar un poco de queso, 12 panes y una bolsita de 125 gramos de leche. Ahí se fue el sueldo. Es injusto”, lamentó.
Geraldine no ha dejado de reclamar su derecho a un salario digno. El 16 de enero fue su cumpleaños número 38 y lo pasó marchando.
No me da pena decir que los fines de semana hago uñas de pies por dos dólares y de lunes a viernes vendo arepas en la calle porque con lo que me pagan como maestra no me alcanza, tengo una vocación inmensa, pero con eso no mantengo a mis hijas”, dijo mientras sostenía una pancarta que decía: ¡Sueldos dignos ya! en el centro de Maracaibo.
Un equipo guerrero
Alfonso Villadiego, de 44 años de edad, es el esposo de Geraldine. Hace un año y cinco meses que se quedó sin trabajo como chofer de una empresa. Ante la situación, ambos idearon la manera de conseguir un ingreso extra. “Mi esposo me dijo: Vendamos arepas en la avenida, yo te acompaño y te ayudo, y así así arrancamos”, cuenta la maestra.
Ganarse el pan no es fácil, hay que sobrepasar la vergüenza, las críticas y tener una fe inquebrantable de que Dios provee siempre”, continuó.
Siete meses después, los esposos siguen levantándose a las 4:00 a.m. para dividir las tareas de preparar a las niñas para el colegio, hacer el desayuno y comenzar la producción de 120 arepas de maíz, yuca y harina. A las 6:00 a. m. sale Alfonso con sus hijas al colegio, mientras Geraldine va a su escuela a unas cuantas cuadras de su casa ubicada en el barrio Campo Alegre del municipio San Francisco.
Después de cumplir su horario de trabajo, la maestra toma un autobús hasta el mercado Las Pulgas, en el centro de Maracaibo, ahí recorre los pasillos y, regateando, compra al menor precio posible los materiales para la producción del día siguiente. Vuelve a casa y lo primero que hace es quitarse sus desgastados zapatos para refrescar la planta de los pies que parecen hervir por el calor del pavimento.
Termina de hacer el almuerzo, reposa unos minutos y monta el budare para azar las arepas que luego empaca en bolsas de 10 unidades.
A las 4:00 p. m. sale junto a su esposo con una cava repleta, una silla plegable y un aviso de cartulina fosforescente donde ofrece cada paquete por un dólar en el semáforo de la bombita del ocho de la vía a Perijá. Ahí están hasta las 7:00 p. m. o hasta que vendan toda la mercancía.
La venta diaria es de ocho a 10 dólares, si el día es muy bueno vendo los 12 paquetes de arepas. Con eso compro dos dólares de queso para la cena y el desayuno, guardo para los pasajes y para la inversión del día siguiente. Vivimos al día pero gracias a este trabajito podemos medio comer”, explica la maestra.
Dar clase sin escuela
Geraldine fue asignada hace dos años a la escuela Negra Matea, ubicada en la comunidad Los Hijos de Dios, del municipio sureño, pero no hay escuela. Durante 10 años pidió ese traslado. Cinco maestras más y 65 niños en edad preescolar ven clase en pequeños cubículos de una Base de Misión, propiedad del consejo comunal de la zona.
Este panorama es el impulso de Geraldine para salir a protestar y lleva la cuenta: “He ido a nueve marchas y seguiré yendo aunque me amenacen con botarme”, dijo.
La semana pasada la docente fue llamada a la dirección de la escuela para levantar un acta por incumplimiento luego de asistir a la marcha. “Me negué a firmar y le dije a la directora que también asentara que fui a protestar por mis derechos, por los de ella, por los de mis compañeros. En esta lucha tenemos que involucrarnos todos, hasta los representantes porque si el maestro no va a la escuela, no hay educación para sus hijos”, recalcó.
Números rojos
Gualberto Mas y Rubí, presidente de SUMA Zulia y secretario general de Fetramagisterio, criticó que el Gobierno “pretenda manipular con dádivas la dignidad de los maestros”.
“Un bono no resuelve el problema de fondo, la educación no solo está en emergencia, sino que necesita estudiantes bien alimentados, escuelas en buen estado y un docente que esté bien pagado”, dijo durante en una concentración en la plaza Bolívar del centro de Maracaibo.
Geraldine forma parte de la estadística que lleva el sindicato, la cual reflejaba que por cada 10 maestros zulianos, cuatro buscaron otro oficio, para el cierre del 2022. La cifra sigue en crecimiento.
El grupo familiar de la maestra ha bajado las porciones en cada comida. “Me da impotencia tener que decirle a mis hijas tantas veces que no tengo para comprar lo que me piden, muchas veces quedamos con hambre, pero nos tomamos un vaso de agua y nos acostamos a dormir”, dijo.
El sostén de Geraldine y su esposo Alfonso, quién hace trabajos de albañilería para ayudar en casa, es Dios. A él le piden día y noche que meta su mano para que mejore su situación y haga el milagro todos los días de multiplicar lo poco que se ganan.