De un tiempo a esta parte el odio se ha convertido en el lenguaje de moda, nada que ver con la justicia y la prudencia ni con la libertad de expresión, se trata ya del odio mellizal que acompaña el señalamiento a quien obra diferente, a la divergencia de pensamiento que desencadenan en agresiones personales convirtiendo las disputas ideológicas en cacería de brujas en una inquisición sin retorno una lucha constante por imponerse hegemonicamente sobre el contrario aunque esté del mismo lado en la misma acera.
Una actitud que lejos de unirnos viene suplantando y trae consigo el envenenamiento del espíritu sobre la base de vituperio personal para cuestionar o criticar de soslayo cualquier pensamiento que no comulgue con mi ideal de realidad, con ahínco brutal el hostigamiento fuera de toda lógica viene arrancando con violencia el más sensato juicio de los pensamiento nobles, para convertirlo con destreza en el desconocimiento de la paz como negociación de la tolerancia como respeto y del diálogo como entendimiento.
Arrojándonos al despeñadero de la historia para naufragar en los vestigios de un país, ya el calentamiento no es sólo climático sino que es social.
Las palabras no son inocuas crean realidades, las palabras expresan nuestros pensamientos y se convierten en nuestra realidad.
